7:39 p.m., bleachers de la cancha de baloncesto – Mis días recientes en la carretera han estado bastante tranquilos, al punto de que hoy no tuve que dejar a Ernesto solo en la práctica mientras yo compraba algo de comida o de la escuela o para resolver algún asunto de trabajo. ¡UF!
La que sí ha estado volviéndose loca es mi hermana. La pobre no acaba de comprarse el auto, porque no se decide. Tiene la suerte de que vive cerca de una estación de Tren Urbano y, entre Uber, compañeros de trabajo y yo, hemos podido darle una buena mano.
Hace un rato, estuvimos hablando sobre su proceso de selección y me acordé de algo que me pasó cuando compré mi guagua y que no les había contado.
Mi hermana me cuenta que ha ido como a tres concesionarios buscando la mejor oferta y el vehículo que la convenza. Ella puede pagar el carro que quiere (que cuesta “paaaar de billetes”), pero como le preocupa la crisis fiscal y el impacto que puedan tener las decisiones de la Junta, prefiere irse por uno más barato. El detalle está en que no ha encontrado el barato que la convenza, que la enamore (y para pagar un carro hay que estar enamorá). Entonces, me dice que está frustrada y le da pereza ir a los “dealers”, porque cada vez que va la sientan en una silla y la dejan allí como tres horas, todo para llegar a un precio de venta decente.
Escuchando su historia, me acordé de la mía. Llegué al “dealer” un día en semana. Había contactado al vendedor y ya había visitado el concesionario. Sabía lo que quería, cuánto costaba y cuánto podía pagar. Sabía el financiamiento al que cualificaba y el que quería obtener. Aún así, estuve ocho horas en el “dealer” sin almorzar. Cuando me pongo a repasar lo que realmente tomó cada gestión me surgió la duda de por qué tanto tiempo, si al final lo que se hizo fue escoger la guagua, verificar que yo cualificara, que ellos me hicieran las ofertas, que yo las peleara y cerrar el negocio (porque ni seguro había que cuadrar ya que yo pago mi póliza anual). En esas ocho horas, el vendedor me dejó sola en la mesa en innumerables ocasiones. Iba, hablaba con el gerente allá en una oficina, estaba parado un rato y regresaba.
Nunca entendí por qué tanto tiempo. Como quiero ayudar a mi hermana a que se reanime y encuentre su carro ya, le escribí a uno de los encargados de La Milla Xtra a ver si pueden hacer un artículo que explique bien qué es lo que pasa cuando dejan a uno esperando tanto rato en el escritorio. Espero que nos hagan caso pronto y poder contarles en la próxima entrada que ya mi hermana tiene carro. Crucemos dedos.
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