10:25 p.m., en casa: Acabo de llegar a casa de la práctica de Ernesto. Justo cuando más cerca estábamos, en el último semáforo, un hombre, que aparentaba unos 60 años, estaba parado en el carril de la derecha con todas las luces de su guagua apagadas y el baúl abierto. Después de pasar tremendo susto (porque el área es oscura y el carro apenas se apreciaba), lo vi algo aturdido.

Se me acercó por la puerta del pasajero y me hizo señas para que bajara el cristal. Dudé, porque en ese lado llevo cartera y todos mis bultos (aparte de que en el asiento de atrás, por ese lado, es que se sienta Ernesto), pero al final lo vi tan desesperado que bajé la ventana como 2 pulgadas y le pregunté qué pasó.

Me dijo que estaba sin gasolina y sin dinero. Se podrán imaginar el tremendo “flashback” que me vino a la mente. Me pidió que le diera lo que pudiera, que él echaba gasolina y luego yo lo seguía hasta su casa para cobrarle. Yo, con todo sentimiento de culpa porque no tenía más efectivo, le di el único peso que tenía. “¿No tiene ATH Móvil?”, le pregunté, deseando resolverle el problema rápido. Me dijo que no. En eso, cambió la luz y seguí mi camino, pues estamos súper agotados con el reinicio de clases y del baloncesto.

Cuando llegué, llamé a mi hermana como casi todas las noches para hablar de nuestro día y le conté que había encontrado a una persona que le había pasado una situación bastante parecida a la mía y que me sentía fatal por no haber podido ayudarlo más. “¡Noelia, eso es un engaño!”, dijo, como si la hubiera tenido justo al lado. Me quedé en duda, pero acto seguido me dio la descripción exacta del individuo y la guagua y me dijo que hacía dos días el mismo señor le vino con el mismo cuento en el semáforo de la otra dirección, pero de día. Ernesto me dijo: “yo me lo imaginé, pero no te dije nada”. ¿Qué iba a saber yo?, pensé. El cuento era creíble y me sentí identificada. Inmediatamente, agradecí no haberle dado más ni haberle pasado ATH Móvil y pensé en llamar a la Policía. Al final, no llamé a más nadie que no fuera a mis papás y vecinos para que si lo ven no vayan a caer. Eso sí, me quedé con la espina de si en el fondo es cierto y el señor no tiene dinero para algo tan básico como la gasolina. Al final, estamos en tiempos de crisis y uno no sabe las necesidades que puedan estar pasando los puertorriqueños.

Si vuelvo a verlo, le preguntaré, pues no me puedo quedar con la duda.