7:52 p.m., estacionamiento de la escuela – Me levanté tarde esta mañana, y cuando vi la lluvia me convencí de que llegaríamos tarde a la escuela. Para mi sorpresa, Ernesto desayunó súper rápido y en menos de 45 minutos ya yo estaba calentando la guagua.

No hice más que montarme y le dije, “vamos a ver cómo está la carretera, porque está lloviendo y debe haber tapón”. Extrañamente, la carretera estaba limpia, así que lo seguí con calma.

Ya casi llegando a la escuela de Ernesto, tenemos que pasar por otro colegio primero. A esa altura, yo iba en contra del tapón, pero los carriles de la dirección contraria estaban abarrotados y paralizados. Inmediatamente después de pasar el otro colegio, un conductor venía por mi carril, en contra del tránsito. Estaba en una curva, con la carretera mojada, sobre carretera de cemento cuando nos encontramos de frente y con muy pocos pies de distancia entre nuestros “bumpers”.

Frené y pegué la bocina a to’ fuete. Afortunadamente, la guagua es nueva y tiene esos frenos y gomas listos para protegernos en cualquier momento. El individuo se quedó como si nada. Así, parado con su carro gigante y de lujo al frente mío. Esperó de lo más campante hasta que el carril contrario -por donde debió conducir- se moviera para acomodarse en un huequito en lo que yo pasaba y luego seguir en contra del tránsito.

“¿Tendrá una emergencia y yo tocándole bocina?”, pensé. La verdad es que el individuo la única cara de emergencia que tenía era de que eran más de las 7:30 a.m. y el colegio por el que yo acababa de pasar toca el timbre a esa hora, así que probablemente iba tarde para la escuela con algún estudiante. Seguí mi ruta con los nervios de punta hasta dejar a Ernesto en la escuela. Al llegar, para botar el golpe, le conté a otra mamá, que me dijo que este fin de semana había pasado algo parecido en esa zona, pero los frenos no corrieron la misma suerte y hoy hay un joven en el hospital en estado de gravedad.

Y yo me pregunto, ¿de qué? ¿de qué sirve llegar a tiempo con esos riesgos? ¿Si hubiera sido yo quien iba en contra del tránsito para llegar a tiempo, qué le estaría enseñando a Ernesto? Y eso que, en mi caso, a veces quisiera sacar un equipo para que la guagua vuele y esquivar los tapones que cojo en mi faena diaria, pero no. No es lo que quiero. No quiero que Ernesto se monte conmigo asustado (les juro que ya no miro el celular mientras guío, jaja). Y tampoco quiero que si yo soy responsable al conducir, venga un irresponsable y ponga en riesgo nuestras vidas. ¡No! Me opongo.