Categoría: El blog de Noelia (página 4 de 5)

Paciencia en estos días, gente

9:15 p.m., estacionamiento de casa: Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh… Se acabaron las clases y tenemos aunque sea un descansito de nuestras madrugadas terribles.

Ando en estos días con una calma y contentura que no me la detienen nadie. Bueno, hasta que salgo a la carretera.

La gente se pone como loca en estos días. Hoy por la tarde, estuve haciendo unas gestiones en un centro comercial. Fui con total paciencia, consciente de la locura a la que me iba a someter. Encontré estacionamiento con calma, hasta ayudé a un señor a conseguir un estacionamiento que no había visto más adelante, pero dentro del centro comercial y en las carreteras de los alrededores la gente estaba como loca. Es como si estuviesen tan obsesionados con resolver y conseguir lo que ellos quieren que se olvidan de que a su alrededor hay seres humanos con miles de situaciones y razones distintas para estar dentro de un “mall” o en la calle a esa hora. Se ponen cañoneros.

Gente, ¡cójanlo con calma! Lo importante en estos días es pasarla bien.

¡Felicidades!

¡Habemus carro nuevo!

3:45 p.m., estacionamiento de un “dealer” – ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Y no soy yo.

Acabo de dejar a mi hermana en el dealer para recoger su guagua nueva. Esta es como la tercera vez que visitamos este lugar en un periodo de 36 horas, porque al final se puso bien difícil.

Primero, la traje a negociar el precio. Se fue a pensarlo.

Luego, tuve que traerla a buscar la orden de compra porque ella iba a buscar financiamiento en una institución con la que el “dealer” no tiene acuerdo. Esa vez, ayer -para ser más específica-, la traigo, me pide que la acompañe, me siento con ella y el vendedor, me paro a atender una llamada y, cuando la miro, está ella levantada de la mesa peleando, porque el vendedor insistía en llenarle una solicitud de crédito del banco con el que ellos tienen acuerdo, dizque para garantizar la venta y poder darle el vehículo.

Iba furibunda… hasta hoy. Hoy, cuando llegó al “dealer” con su carta de la otra institución, estaba ella que no le cabía la sonrisa en la cara.

Ahhhhh, comprar un carro es tan chévere…. excepto con mi hermana y cuando te acuerdas que hay que pagarlo.

Los dejo, que tengo que llegar a tiempo a una reunión.

¡Ayuda celestial!

7:39 p.m., bleachers de la cancha de baloncesto – Mis días recientes en la carretera han estado bastante tranquilos, al punto de que hoy no tuve que dejar a Ernesto solo en la práctica mientras yo compraba algo de comida o de la escuela o para resolver algún asunto de trabajo. ¡UF!
La que sí ha estado volviéndose loca es mi hermana. La pobre no acaba de comprarse el auto, porque no se decide. Tiene la suerte de que vive cerca de una estación de Tren Urbano y, entre Uber, compañeros de trabajo y yo, hemos podido darle una buena mano.
Hace un rato, estuvimos hablando sobre su proceso de selección y me acordé de algo que me pasó cuando compré mi guagua y que no les había contado.
Mi hermana me cuenta que ha ido como a tres concesionarios buscando la mejor oferta y el vehículo que la convenza. Ella puede pagar el carro que quiere (que cuesta “paaaar de billetes”), pero como le preocupa la crisis fiscal y el impacto que puedan tener las decisiones de la Junta, prefiere irse por uno más barato. El detalle está en que no ha encontrado el barato que la convenza, que la enamore (y para pagar un carro hay que estar enamorá). Entonces, me dice que está frustrada y le da pereza ir a los “dealers”, porque cada vez que va la sientan en una silla y la dejan allí como tres horas, todo para llegar a un precio de venta decente.
Escuchando su historia, me acordé de la mía. Llegué al “dealer” un día en semana. Había contactado al vendedor y ya había visitado el concesionario. Sabía lo que quería, cuánto costaba y cuánto podía pagar. Sabía el financiamiento al que cualificaba y el que quería obtener. Aún así, estuve ocho horas en el “dealer” sin almorzar. Cuando me pongo a repasar lo que realmente tomó cada gestión me surgió la duda de por qué tanto tiempo, si al final lo que se hizo fue escoger la guagua, verificar que yo cualificara, que ellos me hicieran las ofertas, que yo las peleara y cerrar el negocio (porque ni seguro había que cuadrar ya que yo pago mi póliza anual). En esas ocho horas, el vendedor me dejó sola en la mesa en innumerables ocasiones. Iba, hablaba con el gerente allá en una oficina, estaba parado un rato y regresaba.
Nunca entendí por qué tanto tiempo. Como quiero ayudar a mi hermana a que se reanime y encuentre su carro ya, le escribí a uno de los encargados de La Milla Xtra a ver si pueden hacer un artículo que explique bien qué es lo que pasa cuando dejan a uno esperando tanto rato en el escritorio. Espero que nos hagan caso pronto y poder contarles en la próxima entrada que ya mi hermana tiene carro. Crucemos dedos.

Guía para sacar mosquitos del carro

7:01 a.m., desde casa – No sé si lo han notado, pero por lo menos en casa, después de tanta lluvia, los mosquitos están fuera de control.

Usualmente, prendo la guagua y la dejo calentar mientras voy montando todos los motetes de nuestra larga jornada. En el proceso, dejo la puerta abierta y ahí es que hacen fiesta los incontrolables mosquitos.

Ernesto se pone histérico; empieza hasta a estornudar. Pero, como por lo regular vamos con prisa, no puedo esperar a sacar a todos los mosquitos. Como la necesidad es uno de los mejores motores de la creatividad, me puse a buscar si en Internet hay consejos para manejar el asunto, y para mi sorpresa, sí, hay. Mi papá siempre me decía que cuando entraba un mosquito, prendiera el aire acondicionado bien alto y bajara un cristal. Según él, algo con la presión provocaba que el mosquito se saliera. Yo no entendía, pero lo hacía y funcionaba.

Hoy, finalmente, acabo de encontrar otra explicación a su teoría. Resulta que al prender el aire (no tiene que ser en Max. Siempre y cuando esté bien frío), la temperatura en la cabina disminuye y el insecto se desorienta. Entonces, al bajar el cristal del vehículo, si la temperatura de afuera es más caliente, el insecto saldrá en busca de calor. No lo digo yo, ni mi papá, lo dice el portal Circulaseguro.com.

Lo voy a probar ahora. Cuéntenme ustedes también cómo les va.

Juguemos a buscar zombies en las carreteras

9:10 a.m., estacionamiento de la oficina: ¡Estoy indignada! Cuando iba de camino a llevar a Ernesto, conté a más de 8 personas conduciendo (osea, con el pie en el acelerador) y mirando sus celulares.

¡8 personas!

Gente, esto es un crimen. Es muy fuerte y peligroso. Sé que ya les he escrito de esto, pero es que no dejo de sorprenderme. Parecemos zombies. Me pregunto si ya las compañías de seguro tienen alguna estadística relacionada con choques provocados por conductores usando celulares. De veras que estoy muy molesta y preocupada. Tanto que me voy con este castiguito, como en la escuela elemental (hazlo conmigo si te animas):

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

No volveré a usar el celular mientras guío.

Sin gasolina y sin cartera

8:10 a.m., estacionamiento de un puesto de gasolina – Lo escribí. Escribí que ahora con esa guagua y su herramienta para medir la gasolina no me quedaría a pie y ahora aquí estoy, a pie y sin cartera.

Salí de casa a llevar a Ernesto a las millas, después de repasarle unos conceptos que no tenía claros para un examen de historia, pues el pobre llegó dormido anoche de la práctica. Nos envolvimos tanto en el repaso que se nos hizo tarde para llegar a la escuela, así que salimos como dos dínamos.

La guagua tenía gasolina para llegar hasta la escuela. Claro, sabía que tenía que echar tan pronto dejara a Ernesto. Ajá, hasta que llegué al semáforo ubicado detrás de casa. Ahí, justo ahí, prendió la luz de la gasolina.

Tenía 15 millas para llegar a la escuela. Estaba segura de que la gasolina me daba, así que seguí para que Ernesto no llegara tarde a clase.

Lo dejé y, cuando prendí la guagua, decía que me quedaban 9 millas, así que evité echar en el puesto de gasolina al lado de la escuela porque es de una marca que no me gusta patrocinar y lo seguí hasta uno de otra marca. El día estaba lluvioso, como todos en este mes de noviembre, así que había mucho tapón.

Cuando estacioné junto a la bomba, me volteo para coger mi cartera y, SORPRESA, no estaba. ¡La había dejado! Ahora, estoy “empty” en un puesto de gasolina, sin licencia y con un tapón inmenso. Abrí la gaveta del menudo, y si había .20 centavos era mucho. “Me fastidié” , pensé.

Opté, entonces, por empezar a llamar a la familia. Si hubiese entrado al puesto de gasolina de la escuela y me daba cuenta antes de que no tenía la cartera, pude haber pedido prestado. Pero, no. Estoy en un punto en el que ya no me da para llegar a ningún lado. Llamé a Papi, pero él acaba de dejar la guagua en el mantenimiento. Mami está ya en el trabajo, como a una hora de donde yo estoy. Mi hermana está a pie gracias al choque. En quien único pensé fue en mi comadre que vive como a diez minutos (sin tapón) de donde yo estoy. La pobre estaba desayunando, y no hice más que contarle y automáticamente arrancó a rescatarme. ´

Saqué la guagua de la bomba con lo poco de gasolina que quedaba y aquí estoy esperándola.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Sentirse insegura de pasajera

3:22 p.m., por ahí – No sé si recuerdan lo que les conté que me dijo Ernesto sobre textear mientras estoy de conductora, aún cuando esté en un semáforo rojo. Bueno, creo que en este momento estoy recibiendo un poco de mi propia medicina.

Mi hermana sigue a pie por el choque, así que le presté la guagua para unas gestiones y ahora que vino a recogerme, le dije que guiara porque ya estaba en el lado del conductor. El punto es que no ha parado de textear, responder mensajes, revisar sus redes sociales. Ya se lo he dicho tres veces, y la tercera no fue en el mejor de los tonos. Me contestó que estaba respondiendo un email del trabajo, y eso me reventó. Primero, porque ahora es un email del trabajo, pero horita era Facebook, y segundo, porque el trabajo puede esperar cuando lo que se pone en riesgo es la vida. En todo caso, que llame, caramba.

La situación con mi hermana me hace pensar en que así como ella, o como fui yo en un pasado (ahora estoy súper disciplinada), debe haber mucha más gente por ahí en las mismas. ¡Parecemos zombies! Es terrible.

En medio de toda esta frustración, pienso en Waze. Quizás, una potencial solución a nuestra falta de autocontrol es que a través del mismo Bluetooth, los carros puedan bloquear la capacidad de textear cuando el carro está en movimiento. Waze, por ejemplo, si ya arrancaste, no te permite escribir, a menos que lo engañes y pongas que vas de copiloto. Aunque pienso que la solución está en nosotros mismos, no descartaría una herramienta con geo localizador como la de Waze. De lo contrario, todos seremos potenciales blancos de conductores que no saben controlarse a la hora de usar el teléfono.

Del otro lado de la caravana

8:35 p.m., restaurante de comida rápida – No tengo idea de qué voy a hacer el martes. Sé que es importante que vaya a votar, pero aún tengo más preguntas que respuestas.

Acabo de salir del tapón de una caravana y, “mi madre”, qué clase de revolú. Realmente, yo me pregunto si a estas alturas las caravanas servirán de algo.

Por un lado, están los fiebrús, que son parte de la caravana y van a lucir su carro, su bocina, su guagua escolar, lo que sea. Por el otro, los llamados “sopla pote” con su porte y sus banderines. Entonces, están los que se encuentran con el tapón justo cuando van con prisa hacia algún destino. Unos, suspiran y sonríen. Otros, se ponen hasta violentos.

Yo soy de las segundas. Si ya me agarró el tapón, para qué hacerle daño a mi corazón con un coraje. Sencillamente, suspiro, me echo para atrás (apretando el freno, por supuesto) y me dedico a observar. A la verdad que se ven una de cosas.

Horita, había una señora con pañuelito y bandera, deteniendo el tránsito, bien temeraria, y con la carretera oscura, para que los choferes de la caravana pudieran pasar. Parece que algún conductor se puso guapetón y han empezado a discutir en el medio de la carretera con el tránsito detenido.

Gente, por favor. Y, políticos, ¿para qué? Ahora con las redes sociales las campañas políticas son otro cantar. Si no, díganselo a los candidatos independientes.

Me voy a recoger mi orden. Y tú, ¿de qué lado de la caravana estás?

Un mal rato inesperado

2:10 p.m., en un servi carro que no avanza – Siempre he pensado que las cosas pasan por una razón, y hoy estoy convencida de que mi blog de la semana pasada fue algo así como un “presagio”.

El jueves, cuando regresaba a casa del baloncesto de Ernesto, me llamó mi hermana para contarme que la habían chocado. Mi hermana estaba esperando en la luz roja cuando sintió el golpe. Estaba bien ansiosa y me transmitió su ansiedad, así que no aguanté mucho y me fui para el lugar del accidente.

Cuando llegué y vi cómo el “bumper” trasero del carro de Mara estaba enganchado en el “bumper” delantero de la guagua de la otra conductora, me dio pánico pues pensé que para chocar a alguien así la pobre tenía que haberse mareado o dormido, porque el carro evidenciaba que la señora nunca frenó.

Me le acerqué y le pregunté si estaba bien. Me dijo que sí y empezó a hablarme disparates. Yo no sé si estaba borracha, medicada o qué, pero esa señora no encontraba ni el celular, ni la licencia ni sabía cómo encender las luces de emergencia de la guagua. Mientras esperamos por una patrulla, la señora me contó de todo (mi hermana no le hacía caso porque estaba molesta) e iba de la dulzura más noble a la rabia más temida. Me gritó en varias ocasiones porque, según ella, yo no quería prestarle mi celular. El punto es que la señora no estaba bien.

Cuando llegó la patrulla, tomaron la querella sin la licencia de conducir de la señora porque no la tenía y se fueron escoltándola hasta su casa. Ni mi hermana ni yo hemos vuelto a saber de ella, pero el carro, fue declarado pérdida total y ahora mi hermana está a pie, sin carro y con una querella incompleta para terminar su trámite de reclamación. “Demándala”, le ha dicho par de gente a mi hermana, pero nosotros no tenemos corazón para eso y la verdad es que seríamos mucho más felices si en vez de estar demandando con cada choque, optamos por no permitir que una persona con condiciones mentales tenga acceso a las llaves de un vehículo de motor.

Así nos evitaríamos muchos malos ratos como el de Mara.

¡Los veo en la próxima!

¡Saquemos a los irresponsables de la carretera!

7:52 p.m., estacionamiento de la escuela – Me levanté tarde esta mañana, y cuando vi la lluvia me convencí de que llegaríamos tarde a la escuela. Para mi sorpresa, Ernesto desayunó súper rápido y en menos de 45 minutos ya yo estaba calentando la guagua.

No hice más que montarme y le dije, “vamos a ver cómo está la carretera, porque está lloviendo y debe haber tapón”. Extrañamente, la carretera estaba limpia, así que lo seguí con calma.

Ya casi llegando a la escuela de Ernesto, tenemos que pasar por otro colegio primero. A esa altura, yo iba en contra del tapón, pero los carriles de la dirección contraria estaban abarrotados y paralizados. Inmediatamente después de pasar el otro colegio, un conductor venía por mi carril, en contra del tránsito. Estaba en una curva, con la carretera mojada, sobre carretera de cemento cuando nos encontramos de frente y con muy pocos pies de distancia entre nuestros “bumpers”.

Frené y pegué la bocina a to’ fuete. Afortunadamente, la guagua es nueva y tiene esos frenos y gomas listos para protegernos en cualquier momento. El individuo se quedó como si nada. Así, parado con su carro gigante y de lujo al frente mío. Esperó de lo más campante hasta que el carril contrario -por donde debió conducir- se moviera para acomodarse en un huequito en lo que yo pasaba y luego seguir en contra del tránsito.

“¿Tendrá una emergencia y yo tocándole bocina?”, pensé. La verdad es que el individuo la única cara de emergencia que tenía era de que eran más de las 7:30 a.m. y el colegio por el que yo acababa de pasar toca el timbre a esa hora, así que probablemente iba tarde para la escuela con algún estudiante. Seguí mi ruta con los nervios de punta hasta dejar a Ernesto en la escuela. Al llegar, para botar el golpe, le conté a otra mamá, que me dijo que este fin de semana había pasado algo parecido en esa zona, pero los frenos no corrieron la misma suerte y hoy hay un joven en el hospital en estado de gravedad.

Y yo me pregunto, ¿de qué? ¿de qué sirve llegar a tiempo con esos riesgos? ¿Si hubiera sido yo quien iba en contra del tránsito para llegar a tiempo, qué le estaría enseñando a Ernesto? Y eso que, en mi caso, a veces quisiera sacar un equipo para que la guagua vuele y esquivar los tapones que cojo en mi faena diaria, pero no. No es lo que quiero. No quiero que Ernesto se monte conmigo asustado (les juro que ya no miro el celular mientras guío, jaja). Y tampoco quiero que si yo soy responsable al conducir, venga un irresponsable y ponga en riesgo nuestras vidas. ¡No! Me opongo.

Antiguas entradas Recientes entradas

© 2024 La Milla Xtra

Site by Rendija FijaArriba ↑