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Sin gasolina y sin cartera

8:10 a.m., estacionamiento de un puesto de gasolina – Lo escribí. Escribí que ahora con esa guagua y su herramienta para medir la gasolina no me quedaría a pie y ahora aquí estoy, a pie y sin cartera.

Salí de casa a llevar a Ernesto a las millas, después de repasarle unos conceptos que no tenía claros para un examen de historia, pues el pobre llegó dormido anoche de la práctica. Nos envolvimos tanto en el repaso que se nos hizo tarde para llegar a la escuela, así que salimos como dos dínamos.

La guagua tenía gasolina para llegar hasta la escuela. Claro, sabía que tenía que echar tan pronto dejara a Ernesto. Ajá, hasta que llegué al semáforo ubicado detrás de casa. Ahí, justo ahí, prendió la luz de la gasolina.

Tenía 15 millas para llegar a la escuela. Estaba segura de que la gasolina me daba, así que seguí para que Ernesto no llegara tarde a clase.

Lo dejé y, cuando prendí la guagua, decía que me quedaban 9 millas, así que evité echar en el puesto de gasolina al lado de la escuela porque es de una marca que no me gusta patrocinar y lo seguí hasta uno de otra marca. El día estaba lluvioso, como todos en este mes de noviembre, así que había mucho tapón.

Cuando estacioné junto a la bomba, me volteo para coger mi cartera y, SORPRESA, no estaba. ¡La había dejado! Ahora, estoy “empty” en un puesto de gasolina, sin licencia y con un tapón inmenso. Abrí la gaveta del menudo, y si había .20 centavos era mucho. “Me fastidié” , pensé.

Opté, entonces, por empezar a llamar a la familia. Si hubiese entrado al puesto de gasolina de la escuela y me daba cuenta antes de que no tenía la cartera, pude haber pedido prestado. Pero, no. Estoy en un punto en el que ya no me da para llegar a ningún lado. Llamé a Papi, pero él acaba de dejar la guagua en el mantenimiento. Mami está ya en el trabajo, como a una hora de donde yo estoy. Mi hermana está a pie gracias al choque. En quien único pensé fue en mi comadre que vive como a diez minutos (sin tapón) de donde yo estoy. La pobre estaba desayunando, y no hice más que contarle y automáticamente arrancó a rescatarme. ´

Saqué la guagua de la bomba con lo poco de gasolina que quedaba y aquí estoy esperándola.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Ay, Noelia, cuándo aprenderás a no andar con la guagua “empty”.

Sentirse insegura de pasajera

3:22 p.m., por ahí – No sé si recuerdan lo que les conté que me dijo Ernesto sobre textear mientras estoy de conductora, aún cuando esté en un semáforo rojo. Bueno, creo que en este momento estoy recibiendo un poco de mi propia medicina.

Mi hermana sigue a pie por el choque, así que le presté la guagua para unas gestiones y ahora que vino a recogerme, le dije que guiara porque ya estaba en el lado del conductor. El punto es que no ha parado de textear, responder mensajes, revisar sus redes sociales. Ya se lo he dicho tres veces, y la tercera no fue en el mejor de los tonos. Me contestó que estaba respondiendo un email del trabajo, y eso me reventó. Primero, porque ahora es un email del trabajo, pero horita era Facebook, y segundo, porque el trabajo puede esperar cuando lo que se pone en riesgo es la vida. En todo caso, que llame, caramba.

La situación con mi hermana me hace pensar en que así como ella, o como fui yo en un pasado (ahora estoy súper disciplinada), debe haber mucha más gente por ahí en las mismas. ¡Parecemos zombies! Es terrible.

En medio de toda esta frustración, pienso en Waze. Quizás, una potencial solución a nuestra falta de autocontrol es que a través del mismo Bluetooth, los carros puedan bloquear la capacidad de textear cuando el carro está en movimiento. Waze, por ejemplo, si ya arrancaste, no te permite escribir, a menos que lo engañes y pongas que vas de copiloto. Aunque pienso que la solución está en nosotros mismos, no descartaría una herramienta con geo localizador como la de Waze. De lo contrario, todos seremos potenciales blancos de conductores que no saben controlarse a la hora de usar el teléfono.

Del otro lado de la caravana

8:35 p.m., restaurante de comida rápida – No tengo idea de qué voy a hacer el martes. Sé que es importante que vaya a votar, pero aún tengo más preguntas que respuestas.

Acabo de salir del tapón de una caravana y, “mi madre”, qué clase de revolú. Realmente, yo me pregunto si a estas alturas las caravanas servirán de algo.

Por un lado, están los fiebrús, que son parte de la caravana y van a lucir su carro, su bocina, su guagua escolar, lo que sea. Por el otro, los llamados “sopla pote” con su porte y sus banderines. Entonces, están los que se encuentran con el tapón justo cuando van con prisa hacia algún destino. Unos, suspiran y sonríen. Otros, se ponen hasta violentos.

Yo soy de las segundas. Si ya me agarró el tapón, para qué hacerle daño a mi corazón con un coraje. Sencillamente, suspiro, me echo para atrás (apretando el freno, por supuesto) y me dedico a observar. A la verdad que se ven una de cosas.

Horita, había una señora con pañuelito y bandera, deteniendo el tránsito, bien temeraria, y con la carretera oscura, para que los choferes de la caravana pudieran pasar. Parece que algún conductor se puso guapetón y han empezado a discutir en el medio de la carretera con el tránsito detenido.

Gente, por favor. Y, políticos, ¿para qué? Ahora con las redes sociales las campañas políticas son otro cantar. Si no, díganselo a los candidatos independientes.

Me voy a recoger mi orden. Y tú, ¿de qué lado de la caravana estás?

Un mal rato inesperado

2:10 p.m., en un servi carro que no avanza – Siempre he pensado que las cosas pasan por una razón, y hoy estoy convencida de que mi blog de la semana pasada fue algo así como un “presagio”.

El jueves, cuando regresaba a casa del baloncesto de Ernesto, me llamó mi hermana para contarme que la habían chocado. Mi hermana estaba esperando en la luz roja cuando sintió el golpe. Estaba bien ansiosa y me transmitió su ansiedad, así que no aguanté mucho y me fui para el lugar del accidente.

Cuando llegué y vi cómo el “bumper” trasero del carro de Mara estaba enganchado en el “bumper” delantero de la guagua de la otra conductora, me dio pánico pues pensé que para chocar a alguien así la pobre tenía que haberse mareado o dormido, porque el carro evidenciaba que la señora nunca frenó.

Me le acerqué y le pregunté si estaba bien. Me dijo que sí y empezó a hablarme disparates. Yo no sé si estaba borracha, medicada o qué, pero esa señora no encontraba ni el celular, ni la licencia ni sabía cómo encender las luces de emergencia de la guagua. Mientras esperamos por una patrulla, la señora me contó de todo (mi hermana no le hacía caso porque estaba molesta) e iba de la dulzura más noble a la rabia más temida. Me gritó en varias ocasiones porque, según ella, yo no quería prestarle mi celular. El punto es que la señora no estaba bien.

Cuando llegó la patrulla, tomaron la querella sin la licencia de conducir de la señora porque no la tenía y se fueron escoltándola hasta su casa. Ni mi hermana ni yo hemos vuelto a saber de ella, pero el carro, fue declarado pérdida total y ahora mi hermana está a pie, sin carro y con una querella incompleta para terminar su trámite de reclamación. “Demándala”, le ha dicho par de gente a mi hermana, pero nosotros no tenemos corazón para eso y la verdad es que seríamos mucho más felices si en vez de estar demandando con cada choque, optamos por no permitir que una persona con condiciones mentales tenga acceso a las llaves de un vehículo de motor.

Así nos evitaríamos muchos malos ratos como el de Mara.

¡Los veo en la próxima!

¡Saquemos a los irresponsables de la carretera!

7:52 p.m., estacionamiento de la escuela – Me levanté tarde esta mañana, y cuando vi la lluvia me convencí de que llegaríamos tarde a la escuela. Para mi sorpresa, Ernesto desayunó súper rápido y en menos de 45 minutos ya yo estaba calentando la guagua.

No hice más que montarme y le dije, “vamos a ver cómo está la carretera, porque está lloviendo y debe haber tapón”. Extrañamente, la carretera estaba limpia, así que lo seguí con calma.

Ya casi llegando a la escuela de Ernesto, tenemos que pasar por otro colegio primero. A esa altura, yo iba en contra del tapón, pero los carriles de la dirección contraria estaban abarrotados y paralizados. Inmediatamente después de pasar el otro colegio, un conductor venía por mi carril, en contra del tránsito. Estaba en una curva, con la carretera mojada, sobre carretera de cemento cuando nos encontramos de frente y con muy pocos pies de distancia entre nuestros “bumpers”.

Frené y pegué la bocina a to’ fuete. Afortunadamente, la guagua es nueva y tiene esos frenos y gomas listos para protegernos en cualquier momento. El individuo se quedó como si nada. Así, parado con su carro gigante y de lujo al frente mío. Esperó de lo más campante hasta que el carril contrario -por donde debió conducir- se moviera para acomodarse en un huequito en lo que yo pasaba y luego seguir en contra del tránsito.

“¿Tendrá una emergencia y yo tocándole bocina?”, pensé. La verdad es que el individuo la única cara de emergencia que tenía era de que eran más de las 7:30 a.m. y el colegio por el que yo acababa de pasar toca el timbre a esa hora, así que probablemente iba tarde para la escuela con algún estudiante. Seguí mi ruta con los nervios de punta hasta dejar a Ernesto en la escuela. Al llegar, para botar el golpe, le conté a otra mamá, que me dijo que este fin de semana había pasado algo parecido en esa zona, pero los frenos no corrieron la misma suerte y hoy hay un joven en el hospital en estado de gravedad.

Y yo me pregunto, ¿de qué? ¿de qué sirve llegar a tiempo con esos riesgos? ¿Si hubiera sido yo quien iba en contra del tránsito para llegar a tiempo, qué le estaría enseñando a Ernesto? Y eso que, en mi caso, a veces quisiera sacar un equipo para que la guagua vuele y esquivar los tapones que cojo en mi faena diaria, pero no. No es lo que quiero. No quiero que Ernesto se monte conmigo asustado (les juro que ya no miro el celular mientras guío, jaja). Y tampoco quiero que si yo soy responsable al conducir, venga un irresponsable y ponga en riesgo nuestras vidas. ¡No! Me opongo.

La eterna pelea con el sudor y los asientos

9:22 p.m., servicarro de la farmacia – Llevo como 10 minutos esperando por que me entreguen una receta, así que me pareció un excelente momento para escribir. Aparte de que Ernesto salió muerto de la práctica y se quedó dormido.

No sé cómo han estado. Yo tengo que confesarles que estoy encantada con mi guagua nueva. ¡Ahhhh, y los carros nuevos huelen tan rico! Eso sí, tengo un leve problemita que va por el asunto este del olor.

No le he comprado forros, aunque los tengo presente porque Ernesto es bastante descuidado, y ya estoy preocupada por el potencial olor que puedan adquirir los asientos, entre el sudor del chico y el mío cuando salgo del “cross fit”.

En mi carro anterior, cargaba con cuanto perfume existe y como quiera apestaba. Claro, que ningún perfume se arregla al delicioso olor del carro nuevo, pero nada, estoy en medio de esa indecisión existencial.

Estoy segura de que no quiero malos olores en el carro, por lo menos, durante los próximos tres años, pero no sé qué exactamente puedo hacerlo para resolverlo. ¿Alguna sugerencia? Será bienvenida.

Esa mala costumbre mía de andar siempre con la guagua “empty”

3:35 p.m., estacionamiento del médico en Río Piedras – ¿Alguna vez han peleado con ustedes mismos por alguna manía? Yo lo hago todo el tiempo, con el detalle de que no acabo de corregirlas, por ejemplo, esa dichosa manía de andar siempre con la aguja de la gasolina de mi guagua bien cerquita, o encima, de la E.

Desde que ando con un niño en el carro, siempre se me ha hecho difícil parar en la gasolinera, así que espero hasta el último suspiro de la gasolina en el tanque de mi guagua para ir al puesto. Afortunadamente, nunca me he quedado a pie por falta de gasolina. Creo que eso es lo que me falta para acabar de dejar de andar con la guagua sin gasolina… y que Mami deje de pelearme cuando recojo a Ernesto en la noche y le digo: “tengo que parar a echar gasolina”.

En las últimas semanas, me han pasado dos cosas que definitivamente me ayudarán a evitar pasar la vergüenza de cargar con el galón rojo por el medio de la carretera.

No sé si les había contado que finalmente, compré la guagua que quería. Ya mi guagüita no daba para más, así que la di en “trade in”. Estuve ocho horas en el “dealer”, en busca del negocio que yo quería, pero ese es otro cuento que les hago luego. El punto es que cuando el vendedor me la entregó y me enseñó a usar toda esa tecnología con la que vienen los carros ahora, me dijo: “esto es lo que más le gusta a las mujeres”. “Qué falta de perspectiva de género tiene este vendedor”, pensé. Pero luego descubrí que tenía razón. La pantalla táctil de la guagua tiene un panel en el que puedo ver cuántas millas me quedan por recorrer con la gasolina que tiene el carro. Mi meta hasta el momento es que, como siempre voy a esperar a casi quedarme a pie para volver a echar gasolina, ese millaje disponible no baje de 5 millas. Mi jefa me dice, “nena, eso es un estimado”. Así que yo le doy 5 millas de margen de error pa’ asegurarme de nunca tener que pasar la vergüenza o tener que llamar al programa de Asistencia en la Carretera. Hasta ahora, en las primeras semanas de uso, me ha ido súper. Espero que nunca se dañe esa tecnología y que cada día la mejoren más y más.

El otro GRAN descubrimiento ha sido esa aplicación que se llama Gasolina Móvil. No sé si la conocen; yo la descubrí a través de un compañero de trabajo y, aunque todavía tiene pocas estaciones participantes, eso de no tener que bajarme cuando ando con Ernesto es una maravilla.

A ustedes, ¿les pasa igual? ¿Qué trucos tienen para evitar andar siempre en la E?

¿Me compro un carro nuevo?

8:10 a.m., como pasajera de un Uber – Hace como un año, me entró la cantaleta de comprarme un auto nuevo. Saldé mi guagua hace dos años y, cuando la saldé, me juré que estaría con esta por lo menos tres o cuatro años más.

Sin embargo, me encontré a un amigo que trabajó hace un tiempo como vendedor de carros el otro día y me vino con lo mismo de siempre: “cuándo vas a salir de la guagua esa, chica”.

La verdad es que, más o menos, desde que la guagua tiene dos años me entró la manía de que pagaba demasiado por ella comparada con otros autos más lujosos. Cuando la compré, me fui sola al dealer, y no fui la mejor negociante, pero era la primera vez desde que soy conductora que tenía el privilegio (gracias a un trabajo más estable) de comprar un carro nuevo. Y, repito, no fui la mejor negociante, así que pasé años visitando dealers de vez en cuando y pensando en la forma de cambiarla, hasta que la saldé. En ese momento, me reenamoré de mi guagüita. “Me voy a asegurar de cuidarla mucho para tenerla hasta que ya no pueda más”, me dije desde entonces. Hace seis meses, le cambié las gomas y con lo caras que son, tampoco quería saber de regular esa inversion a cualquier comprador que no la vaya a valorar. Hasta hace un mes.

El mes pasado, empezó a dar candela. Primero, una cosita, que le arreglé. Luego, otra. Hasta que me cansé y decidí no invertir más. El arreglo más reciente, me lo acaba de pedir. Salí de dejar a Ernesto en la escuela, me paré a echar gasoline y luego no prendió. Suerte que el mecánico está cerca, así que lo llamé, llamé al servicio de asistencia en la carretera que pago con mi seguro privado y llegamos hasta el mecánico.

Cuando le escribí a mis compañeros la razón por la que nuevamente llegaría tarde a la oficina, una de ella me contestó: “ves lo que digo, esas son las falsas economías”, y tiene toda la razón del mundo, así que le dije al mecánico que me ayudara a prenderla con la menor inversión possible porque la guagua no pasa de este mes conmigo.

Pedí un Uber (desde el que escribo) y voy directito a un area de San Juan que tiene varios dealers para ir definiendo mis alternativas. Estoy bastante clara del carro que quiero (y siempre he querido), pero a los que tengo que convencer son a los chavitos.

Ya veremos, deséenme suerte.

Los sustos que se pasan cuando la carretera está mojada

3:52 p.m., paseo del expreso Luis A. Ferré – Ayer, salí un poco más temprano, porque Ernesto tenía que estudiar. Iba sin prisa. En mi eterno ”espaseo”. La calle estaba mojada, pero había sol.

De pronto, como a 100 metros de distancia, un carro gris pretendía cambiar de carril sin darse cuenta que venía otro auto blanco muy cerca. Cuando estaban a punto de chocar, el conductor (creo que realmente era conductora) se percató y movió bruscamente el guía en la dirección contraria. Ahí empezó mi pesadilla.

El carro empezó a barrerse de un carril a otro. Yo seguía como a unos 100 metros. El conductor –o conductora- del carro blanco comenzó a alejarse por la derecha. Frenaron. Yo, entre el susto y la sorpresa, lo que lograba era apretar el guía.

“¡El freno, Noelia, el freno!”. Ojalá hubiese pensado en el freno. Lo único que fui capaz de hacer en ese momento fue cambiarme de carril y estacionarme en el paseo.

“¡Qué clase de susto!”, pensé. Si llegaban a chocar, en lo que yo me daba cuenta que tenía que frenar y frenaba, de seguro ya estaba chocando a uno de los autos. Bueno, al menos, las gomas están buenas, las cambié hace dos meses y el sistema de frenos se tranca en una situación como esta. Solo me falta reaccionar mejor y andar menos “espaseada”.

“Mami, no textees”

7:25 a.m., avenida Winston Churchill – Tengo una guagua con sistema de Bluetooth y audífonos en caso de que el celular no se conecte bien para evitar incumplir con la ley o poner en riesgo a mi familia por andar con el celular en la mano.
Pero, con el trajín del día a día, un trabajo por cuenta propia y muchos asuntos pendientes, siempre me llega un mensaje de texto, un whatsapp o un correo electrónico que quiero contestar en el momento.
Sí. ¡Mientras guío! Algo pasa en mi sistema cuando leo el mensaje, que desactiva todos mis instintos de protección. Por un momento, me desconecto y empiezo a escribir pensando que “es un momentito”, “un sí, no, perfecto”. En fin, un texto que puedo escribir relativamente rápido y sin poner a nadie en riesgo.
Mi problema es que ese momentito se repite una y otra vez, en la mañana, la tarde y hasta en la noche, hasta que desde el asiento posterior de la guagua se escucha: “Mami, no textees. Me da miedo.”.
Suelto el teléfono y quedo muda. No sé qué hacer, si seguir contestando el mensaje o si soltar el celular y decirle a Ernesto que tiene toda la razón y que no se va a repetir. Después de tantos años y tácticas para hacer sentir a mi hijo seguro y protegido, cómo me atrevo a ponerlo en riesgo, a hacerlo sentir inseguro a pesar de estar con su mamá.
Después de unos segundos en silencio, dejo el mensaje a mitad, suelto el teléfono y extiendo esa misma mano hacia el asiento de atrás para agarrarle la mano y pedirle perdón.
El mensaje y el trabajo pueden esperar, el tiempo con mi hijo no regresa y no quiero que lo pase sintiéndose en peligro. Al final, si la respuesta no puede esperar, siempre puedo optar por una llamada o un mensaje de voz.

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